Valparaíso, en agosto, es una ciudad diferente. Sin santiaguinos, sin fuegos artificiales y sin trajes de baño, la ciudad recobra esa suciedad que maravilló a Joris Ivens en los sesenta. Ese aire de puerto plagado de perros y garages enmarca un Festival que en su silencioso recorrido ha logrado entregar mas que farándula y luces. El Festival de Cine de Valparaíso este año dio una ardua lucha en contra de la mala memoria y las armas para borrar nuestra historia.
Justificada o no, este año pasó la primera retrospectiva de un cineasta muchas veces cuestionado, pero del que extrañamente sólo se conocían dos películas. Sergio Castilla, quien viviera en el exilio en los setenta y ochenta y que realizara quizá las películas mas enfáticas en contra de la dictadura, extrañamente podía por fin proyectar esas películas hoy en nuestro país.
Con salas atiborradas de gente, que por lo demás desmitifica aquello de que la gente no va al cine o no le interesan los temas “políticos”, la pelea contra el olvido fue ganada con la exhibición de Prisioneros desaparecidos (1978), quizá su película más interesante. Transita por la pantalla una amalgama de torturas y degradación al ser humano visto desde los propios torturadores. Con una frialdad y oscuridad nunca visto en otro film de Castilla, un trabajo detallista de una cámara distante, contemplativa y sobria, la película no pareciera ser del mismo director de Gringuito (1998) o Te amo (made in Chile) (2001), ambas también proyectadas en el ciclo y con una clara tentación de ser parte de un cine de grandes salas. Prisioneros desaparecidos es, a la inversa de esas dos películas, una introspección a la miseria del ser humano por medio de humillar y anular a otros seres humanos. Nelson Villagra, quien protagonizara el film interpretando a un torturador gentil y fiel a Pinochet, debe tener una de las actuaciones mas notables desde El chacal de Nahueltoro (Miguel Littin, 1969), cargada de matices, vueltas de giro en la utilización del lenguaje muy al estilo de sus películas chilenas con Raúl Ruiz, pero desprovisto de la ironía, aunque incluso mas lúcido en cuanto a la contención.
Por su parte, el gran festival de cine Patrimonial de nuestro país sirvió para reunir por primera vez en un marco de estas características a diversos actores del desarrollo que ha tenido en el último tiempo el tema de la conservación fílmica, y a la vez situar en qué parte del mapa nos encontramos. Si bien la cantidad de películas recuperadas ha aumentado, y se exhibieron documentos rescatados como Hollywood es así (Jorge Délano, 1944), La mano del muertito (José Bohr, 1948), Río abajo (Miguel Frank, 1949), Caliche sangriento (Helvio Soto, 1969) o Yo tenía un camarada (Helvio Soto, 1964), como política se evidencia una clara vindicación del cine de masas de los años cuarenta y cincuenta, lo que no deja de ser curioso en desmedro del que históricamente es considerado el cine de renovación de los años sesenta e incluso sindicado como el cine de mayor calidad en toda la historia de nuestra cinematografía.
¿Cuál es el lugar de los archivos fílmicos locales en nuestra sociedad? Con estos lineamientos pareciera ser mas ornamental que significativo, en la medida que aún una pieza patrimonial audiovisual es relegada a ciertos festivales, a pesar de generar un amplio interés de parte de los espectadores que no dudaron en repletar la sala del Cine Arte de Viña del Mar para reírse, a más de cien años, con los cortometrajes recuperados por la Filmoteca de Catalunya de George Meliés y Segundo de Chomón, dos pilares en los inicios del cine y de los que por vez primera veíamos sus piezas en 35mm.
Tal como lo notara Andrei Tarkovski, es en esas piezas “prehistóricas” donde encontramos aún la esencia del cine. Cortometrajes de no más de un minuto, otros con técnicas de color que datan del 1900, logran aún generar un clima mágico, único e irrepetible, a pesar de encontrarnos en una sociedad mil veces mas conectada y viciada por el poder de la imagen. No deja de ser sorprendente que detrás de cada pieza fílmica, y de cada autor, aparecen esos aspectos mágicos que aparecían en la llegada del tren a la estación o la salida de las obreras de la fábrica, y que tanto conmovieron a los abuelos de nuestros abuelos. La esencia del cine una vez más aparece.
Ante la ardua pelea de este festival por desarticular este ejercicio de mala memoria, sectarismo y elitismo, y otorgar un programa de una curatoría de primer nivel, el patrimonio seguirá siendo accesorio en la medida que no existan planes integrales de desarrollo de la cultura fílmica, de cruces entre las diferentes áreas pedagógicas y sobre todo en la difusión de piezas clave de nuestra historia. Sería imposible entender el fenómeno de una sala repleta con más de ochenta personas que atentamente y sagradamente asistían al seminario de restauración fílmica, si es que no se entiende la profunda e interna necesidad de mirarnos, de buscar dentro de nosotros para avanzar y ser, en esencia, partícipes de una historia novelada: con un pasado, un presente y un futuro.
Horta, L. (2008). XII Festival Internacional de Cine de Valparaíso , laFuga, 8. [Fecha de consulta: 2024-11-21] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/xii-festival-internacional-de-cine-de-valparaiso/3