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El título original en inglés, The Life Aquatic with Steve Zissou (Wes Anderson, 2004), se lee raro, algo no está bien: debiese ser The Aquatic Life with Steve Zissou. Pero este mal uso gramático prefigura el ánimo de la cinta. El inglés quebrado es síntoma de un uso instrumental del inglés en países no angloparlantes para etiquetar productos y “subirles el pelo”. En Japón este fenómeno toma ribetes casi poéticos, y las frases en inglés se ven transmutadas con una sensibilidad haikú que en ocasiones sorprende. Este fenómeno se manifiesta de improviso, a la deriva de la producción cultural; sólo una mirada despreocupada ve el encanto lúdico que se desprende de ese error. Otra cosa es simplemente verlo mal escrito. Ésta última es, en mi opinión, la impresión con la que se ha quedado la crítica, cerrándose a aspectos alternativos que impregnan la cinta, cuya gracia es convivir con las debilidades estructurales del relato (cabos atados forzosamente, punto de inacción, guateo), y desembocando en una cinta tremendamente imaginativa y tupida, como un bosque. Consigue rescatar la fascinación que ejerce el mar sobre nosotros, y hacer de él un protagonista omnisciente cuyos recordatorios son orcas, delfines, hipocampos y jaivas pintadas.
Se le ha criticado a la última cinta del joven director Wes Anderson un manejo temporal y rítmico de la historia muy irregular y dispersa, aspectos que supuestamente han terminado por menguar la totalidad de la cinta y aflojar una recepción más entusiasta. Sin embargo, es plausible suponer que la intención primordial de Anderson no busca narrar un relato en clave y estructura convencional. En cambio, Anderson se dedica a retratar cuidadosamente todos los recovecos de su mundo-mirada. Esta mirada, más que personal, brota de una inquietud vertiginosa de plasmar los devenires de las relaciones humanas en condiciones límite, ilustrado en el tono absurdo de muchas de sus situaciones. El tratamiento del paso del tiempo es “relajado” en Life Aquatic: los arreglos bossa nova de Bowie cantadas por el tripulante Pele (Seu Jorge) no son sino ejemplo de aquello. Por otra parte, la fotografía de Robert Yeoman logra evocar el estilo documental perfeccionado por Jacques Cousteau: colores de alta saturación, luces quemadas; todos propios de la grabación en celuloide. Estos elementos bastarían para enlazar la alusión al mundo Cousteau. Pero Anderson incorpora seres del mar imposibles, absurdos algunos y asombrosos otros (el Tiburón Jaguar). Estas criaturas consolidan el proyecto Zissouiano: reencantar el mundo marítimo.
El entorno lúdico con el que Anderson despliega el relato puede incomodar, se podría incluso argumentar que peca de ingenuo, al juzgar por cómo decide solucionar ciertos nudos en la trama: un ejemplo es la expulsión a tiros por parte de Zissou de los piratas Filipinos. En efecto, la secuencia, acompañada de la canción Search and Destroy, más que provocar distanciamiento, logra despejar toda duda que estamos ante una película que se construye como una fábula; lo plausible definitivamente no es un tema a considerar. Pienso en la dirección de arte, que construye al buque Belafonte como un criadero de hormigas, un cuerpo cortado a lo largo que expone su organismo, su pulso interior. No es solo un barco, es un pequeño mundo que mantiene una relación muy ambigua con su exterior: los elementos que otorgan consistencia al proyecto Zissou (fama, fondos, notoriedad, pertinencia con la comunidad científica), son incluso más cartón piedra que los eventos y relaciones intrahumanas e intra-animales que ocurren en el círculo cercano de Steve Zissou. Este gabinete de curiosidades, concepto que remite al concepto de viaje y descubrimiento de Georges Méliès, pasando por la exhuberancia de las cintas de Fellini, logra avanzar no sin dificultades, por estar obligada a funcionar dentro de una estructura de relato de tres actos. Dado todo el material incluido en la cinta, tales como los pequeños relatos, situaciones de acompañamiento y distracción, se intuye el deseo de Anderson de apuntar el inventario de una cotidianeidad dislocada, aislada a la mar, que sólo va a tierra para recaudar fondos para más investigaciones.
En resumen, Wes Anderson en Life Aquatic da un paso más en su elaboración de su pequeño repertorio de relaciones humanas, retratando las pequeñas minucias, deseos y actos fallidos de personajes aperrados, comprometidos pero sobre todo imperfectos y heridos, cicatrizados. Si en The Royal Tenenbaums (2001) el entorno era cerrado y urbano, en Life Aquatic el telón-mar adquiere mayor presencia, permitiéndola actuar como agente activador que aísla sus protagonistas, confinándolos a una pequeña utopía-barco (en vez de isla). Ahí es posible cierta realización individual y sensación de tranquilidad por parte del equipo y Zissou; tener el hijo que nunca tuvo, rescatar un funcionario de incidencia nula para la trama del film de manos de los piratas, o hacer un descubrimiento científico fascinante, motivado puramente por la venganza, que es disipada al reencontarse con la fascinación mítica del mar y sus habitantes.
Se percibe en la secuencia final, con música de Bowie, una esperanza optimista en la humanidad fisurada y traumada pero con una pulsión vital que la hace avanzar. No veo la ingenuidad o el gesto burdo en ese plano secuencia; de hecho debe ser de los más energizantes vistos últimamente. Y así como en El gran pez (Tim Burton, 2003) la mentira puede ser un vicio que tratado a contrapelo adquiere virtud; en el caso de Zissou, una afirmación por la improductividad y el trabajo lúdico-estético (como la del Team Zissou) sitúa un camino alternativo para reconsiderar cuan obligada es la divisoria impuesta por la tradición, al trabajo del sudor sufrido. Afirmando, en cambio, el goce.
Skoknic, M. (2005). Zissou y el submarino amarillo , laFuga, 1. [Fecha de consulta: 2024-12-21] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/zissou-y-el-submarino-amarillo/91