En la película Starship Troopers (1997), de Paul Verhoeven, la mejor escena tiene lugar en un camarín mixto, donde soldados de ambos sexos se desvisten, duchan y bromean corporalmente, como lo harían por separado. La escena es cómica y perturbante a la vez, no sólo porque implica un concepto de disciplina militar que finalmente subyuga todo deseo carnal (idea desmentida por la propia película, pues las relaciones latentes culminan sexualmente), sino porque socialmente trastoca lo privado con lo púbico. En ese futuro de torturas intergalácticas y seres desmembrados, el falo probablemente se pierde en combate, dando paso a una política reconstitutiva del género, del dominio, pero también del deseo, del ámbito sexual como privado y privativo.
Es curioso que Starship Troopers fuera calificada “R” por las fantasiosas imágenes gore de insectos destrozando cuerpos humanos y no por las primeras (¿puede censurarse un efecto especial?). Lo que seguramente molestó fue el “exceso” de violencia del acto, o quizás el exceso de ámbitos privados del cuerpo (ya no órganos sexuales, sino órganos vitales) expuestos al público.
Este exceso marca de alguna forma la línea divisoria entre pornográfía y erotismo, entre mainstream y cine X, entre lo que debe ser censurado y no debe serlo. Y es por ese eXceso, ese gasto y esa línea divisoria por lo cual la pornografía se vuelve una zona de interés en cuanto que incide en ella toda una economía distributiva que afecta y rebota hacia otras zonas (del saber, la sexualidad, el arte, el placer y la política). Una de las preguntas claves, en ese sentido, es quien o qué establece esa línea, y cuáles son sus consecuencias.
Al respecto, revisemos tres de las propuestas incluídas en este dossier.
El texto “Sé lo que es cuando lo veo” de Alvaro García, comienza discutiendo la etiqueta pornográfica del video “Wena Naty”, no tanto por su “contenido” sino por los mecanismos sociales que establecen la barrera entre lo público y lo privado, intimidad y obscenidad, etc. Citando a Linda Williams, García problematiza la noción que define lo obsceno como aquello que queda fuera de la mirada pública, en oposición al neologismo “on-scenity”, que restituiría esas partes y gestos nuevamente a la “escena” social. En este sentido, la “elipsis” narrativa del cine convencional respecto a los actos sexuales explicítos que quedan fuera, tiene su correlato con la llamada “elipsis pornográfica”, que elimina todo lo que sobra al acto sexual en sí mismo; “las relaciones afectivas, el “preámbulo”, los conflictos sicológicos, las conversaciones, etc”.
Por su parte, Lucía Egaña señala en su texto “Porno Radical” que la industria pornográfica se caracteriza por un “gasto desproporcionado de líbido”, en el sentido que contraría las reglas culturales según las cuales el sexo es funcional a la procreación, y no un medio y fin de placer puro.
Desde la breve utopía de un porno “serio” inscrito en el movimiento under de los 70´, pasando por el debate feminista en cuanto a rechazar o apropiarse de las formas de representación porno, hasta llegar al “post-porno” y las complejas performances de la multifacética Annie Sprinkle, este texto es un inmejorable repaso freestyle sobre lo que Bill Nichols definió como “la historia de un falo”. Sobre esta categórica postura, Egaña advierte que nada impediría suplantar el miembro masculino por dildos en las escenas hard-core: “en este sentido, no significa que el porno sea de por sí un género masculino, sólo falta pervertirlo, despeinarlo, hacerle cosquillas”...
La traducción del texto de Linda Williams “El Acto Sexual en el Cine”, inédito hasta el momento en español, permite conocer una de las voces más autorizadas respecto al estudio de la pornografía.
Repasando los hitos cinematográficos que permiten pensar un crossover entre actos sexuales explícitos y películas con ambición estética (Los Idiotas, Solo Contra Todos, Baise-Moi, Intimidad), Williams se detiene en la potente filmografía de la francesa Catherine Breillat (Romance X, Fat Girl, Sex is Comedy) para desmarcase de la crítica norteamericana tradicional, que tomó por pretensión el intento de “mezclar emociones ambivalente y pensamientos filosóficos con sexo” , algo que justamente Williams reconoce como el logro de ciertos directores y realizadoras, que filman su propia “filosofía de tocador”.
Los tres planteamientos señalados intentan pensar la pornografía un poco más allá o un poco más acá de sí misma, es decir más allá de un discurso que plantearía un “grado cero” y viendo de qué forma su expansión y tensión abre vetas nuevas para el análisis y la crítica. A esto podemos sumar otras variables: desde las nuevas formas de la pornoparodia del PG Porn, hasta el manifiesto a favor del “gasto” pornográfico, pasando por el porno amateur o el análisis de una poética del deseo de cierto cine contemporáneo… en todas sus líneas los artículos de este dossier pretenden generar un espacio de reflexión sobre la pornografía y sus “alrededores”, sus consecuencias, justamente, hacia otras voces, otros ámbitos.
Agradecemos a todos los participantes por su colaboración y paciencia.