Un paso, hacia algún lado, quizás irrepetible en esta coyuntura histórica en que se encuentran los incipientes estudios de cine en Chile es el que ha dado José Miguel Santa Cruz con su libro La imagen-simulacro, editado por Metales Pesados. Con ello ha debido configurar él solo un modo de intervención e interpelación, construir e inventar genealogías, instalar un corpus, y establecer hipótesis de lectura que de algún modo tendrán que ser analizadas y revisadas de acuerdo a un cierto “rendimiento” – una de las palabras favoritas del autor-. Con todo ello, no es casual que el libro se vea y se lea de algún modo con una cierta pesantez: la estrategia es la defensiva, y para ello Santa Cruz se ve obligado a echar mano a las referencias que instituirían su recorrido, para luego pasar a la ofensiva: aquí estaría en cuestión no solo la estipulación de una categoría “global” (tal es, pues, La imagen-simulacro), si no, el agotamiento de cierta teoría y crítica del cine, a la que, bajo solo acuerdo de esta reseña, llamaremos “modernista”.
De forma absolutamente original, como si estuviese labrando y asegurando que nada pueda hacerle el quite, y con un estilo escritural apasionado, barroco, incesante, Santa Cruz tiene la ventaja que ha decidido no rendirle cuentas a nadie, si no, solamente, apoyar su propio recorrido, proponer instituir una toma de palabra, sin resquemores, con posibles errores (digamos “posibles” y digamos “errores”, porque ello solo quiere decir una lectura personal, la mía) pero así también aciertos no menores (digamos “aciertos”, podríamos decir: “encuentro”, pasión lectora).
Vamos por los primeros: el barrido y generalización de categorías de forma simplista (nunca queda claro el marco histórico de muchas de las críticas, y es aquí donde el detalle se vuelve relevante, ya que para hacer críticas al cánon teórico de algún modo hay que acusar recibo de lecturas, debates, marcos históricos, sobre todo si ello va a ser contrastado con planteamientos filosóficos al cual no tendrían que rendir cuentas, es el caso de Bazin y Peirce, o el de Deleuze y Benjamin, entre muchos otros), el forzamiento- y forcejeo- de conceptos procedentes de áreas, enfoques y disciplinas disímiles (La introducción, pero sobre todo el capítulo 1 donde en el marco de tres páginas puede pasarse de Peirce, al post cine y a los planteamientos multiculturales de Robert Stam), la ambigüedad respecto al multiculturalismo, las políticas del tercer mundo, los nuevos cines (hay que insistir en ello, pues desde el comienzo, la cita a Fanon molesta, básicamente porque durante el resto del libro no pretende ni acoge el planteamiento político, así tampoco sus seguimientos desde los estudios post-coloniales, y diversos acercamientos incesantes, prolíficos en torno a la historia del Tercer Cine y el cine latinoamericano, la manga es ancha y conflictiva y no empieza ni termina con Stam, ni con las referencias fugaces a cines considerados no hegemónicos, más aún con la constante actualización del revisionismo dado por Festivales revistas y estudios académicos a lo largo del globo), y, finalmente, la utilización de referencias que, descontextualizadas, pueden servir para argumentar la arbitrariedad (Ej: para argumentar una teoría del texto, Santa Cruz cita a Stam, y para referir a la ritualidad de la sala de cine a Rancière; las críticas a Deleuze, pasadas al cedazo de los mismos autores enfocado en la crítica eurocéntrica al autor y la adscripción a la política “autoral”, pero obviando el desarrollo posterior y final de La imagen tiempo (Deleuze:2001) en relación al autómata y la imagen-información, sin mencionar el desarrollo del propio Deleuze sobre el concepto de Simulacro). Eso desde aquello que me puede haber molestado en la lectura desde las primeras páginas, admitiendo una relación de rechazo y seducción al mismo tiempo: mi conclusión es que eso se debe a un estilo escritural desbordado que reconozco en mis lecturas personales (en una hilación poco probable: Danto, Debray, Baudrillard y Brea) , en cuanto a situar grandes categorías y recorridos que echan mano a distintos conceptos, con tal de establecer un cierto “estado epocal” y a su vez una cierta “polémica” en el campo de estudios- en este supuesto el del cine-.
Vamos por los segundos. Apasionante es, pues, el momento cúlmine del libro: la definición de la categoría de “Imagen- Simulacro” y de las ideas de Teatralidad y Pantallización. Aquí Santa Cruz deja la histeria, cierto circundeo e intento de totalización y expone una categoría analítica con precisión, haciendo un recorrido que va hacia atrás y del cual creemos habrá un “rendimiento” prolífico. Lejos de Baudrillard, pero más cerca de Stoichita, y Nietszche, Santa Cruz es asertivo en su concepto de simulación en la puesta en escena contemporánea, y el acercamiento, a lo que podríamos llamar el “efecto Pygmalión”, un artefacto que rompe el límite entre “realidad y representación”, presente en el cine contemporáneo- y en gran parte del imaginario cultural. Es desde esta acechante idea, desde la cual Santa Cruz romperá con genealogías- la del cine moderno- y postulará que desde la imagen simulacro “la imagen del cine contemporáneo se piensa en su existencia como otro en la anulación de la experiencia del espíritu, un fantasma hiperreal en la articulación de la simulación significante del movimiento y tiempo” (p.134) considerándola “fantasmal y espectral porque en su operación mata la relación con el modelo como experiencia y resucita como apariencia de la negación de dicha experiencia” (p.135): desde aquí sus fructíferos análisis de Vértigo (1958)y la postulación del concepto – procedente de Borriaud- de “post-producción” como reemplazo del “montaje”, el cual enfatiza – y hacia el final del capítulo lo confirma- el proceso de producción material de la imagen cinematográfica. En el siguiente capítulo, ligado a la “Teatralidad y pantallización” en el cine contemporáneo, Santa Cruz parte del neorrealismo para actualizar la cuestión del “efecto de realidad”, en el cual propone que el cine contemporáneo “nos propone una rearticulación (…) de una realidad que ha estallado frente a nuestra comprensión, en una imagen que pretende retotalizarla, escenificación de múltiples representaciones de lo cotidiano, que como un ensamblaje ilusorio, esconde su propio artificio” (p.155), bajo efecto de la pantallización definida como “una doble representación teatral, pero también el despliegue de la vida en su necesidad de flujo y exposición”. El recorrido siguiente va de Rope (Hitchcock) que contrapone al Neorrealismo (y a lo que llama cierto “tiempo cotidiano” planteado por Deleuze), donde desde el efecto de teatralidad- como construcción operativa y escenográfica para el discurso audiovisual- Santa Cruz repasará diversos filmes, entre ellos 25th hour, Elephant, Irreversible, Ciudad de Dios para ejemplificar la construcción escenográfica de la ciudad en el cine, para luego pasar al siguiente punto, la naturalización del simulacro, versus la pérdida de significación- exterior- de conceptos como “humano” y “naturaleza”, presente en filmes como La ciénaga (2001) o Los muertos (2004).
Los dos siguientes capítulos, van hacia la misma dirección, una enfatiza el tratamiento fragmentado del cuerpo presente en el gore y las escenas de mutilación como centro de representación cinematográfica del cuerpo, y el último capítulo, tomará y enfatizará, la relación entre cine y artes visuales, enfatizando el acercamiento de lo que ha analizado en las secciones anteriores del libro acerca de la renuncia a la representación en el cine contemporáneo, y el paso a la densidad, ironía y autoreflexión formal del significante encontrado en filmes tan disímiles como The Dreamers (2003)de Bertolucci, Inland Empire de Lynch (2006) o los trabajos de Kiarostami. Como punto de llegada y al cierre, uno de sus últimos análisis incluye los trabajos “post cinematográficos” de Mathew Barney: hacia el final del libro, el tono de análisis, un poco más destemplado, pareciera ir encontrando en el estilo una escritura que ya nos acompaña, y no nos advierte tanto.
Concluyendo esta reseña, podemos decir que los planteamientos de Santa Cruz han escudriñado y encontrado formas de imaginar el cine contemporáneo que son desafiantes, discutibles, originales, osadas y muchas veces a contrapelo (las críticas a Bazin, Oubiña, Deleuze por ejemplo, son discutibles… pero sobre todo incómodas, y ya incomodar parece ser un buen objetivo, desde mi punto de vista); sus logros no son menores, ya que ha encontrado una veta prolífica y cierta de análisis, buscando los momentos de sus referencias que apoyasen su discurso, y a su vez, encontrando categorías asertivas, productivas, útiles para desentrañar ciertos estadios contemporáneos de la imagen. En ese sentido, es una veta a seguir para los estudios y análisis de cine en Chile, y un excelente ejemplo sobre sus posibilidades interpretativas.
Pinto Veas, I. (2010). La imagen simulacro, laFuga, 11. [Fecha de consulta: 2024-11-21] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/la-imagen-simulacro/421